Percepción social del cannabis entre jóvenes universitarios en España.
- Álvaro Ramos Gómez
- 3 sept
- 2 Min. de lectura
Actualizado: hace 1 día
“¿Qué hay de malo en fumarse unos porros en vez de beber?” Puede ser que esta sea una de las frases más escuchadas en los pisos de estudiantes y fiestas de España. Entre los jóvenes españoles, el cannabis ya no es un gran desconocido, se habla sobre él sin rodeos, se comparte en diversos contextos y se percibe (Aparentemente cada vez más) como algo “normal” e incluso que podría beneficiar a la sociedad. Los datos parecen acompañar esta intuición, según diversas encuestas llevadas a cabo por el proyecto En Plenas Facultades de la Fundación Salud y Comunidad en 2023 entre los jóvenes un 55,9% defiende la necesidad de iniciar un proceso que culmine en la regulación del cannabis terapéutico en España.

Ahora bien, lo normalizado no es sinónimo de inocuo. Se estima según la encuesta EDADES 2022 que el cannabis es la sustancia ilegal con mayor prevalencia de consumo en la población general (15 - 64 años). Aunque no existe una encuesta estatal sobre jóvenes, los resultados parecen indicar que esta sustancia rodea la vida académica gracias a su alta disponibilidad, consumo social, conocimiento y percepción sobre el riesgo más o menos moderada. Percepción social del cannabis

La siguiente pregunta lógica es; “¿De donde surge esta visión entre los estudiantes?. La primera cosa que podríamos tener en cuenta es el contexto cultural especial que existe en España, por ejemplo, sustancias como el alcohol o el cannabis están integrados en la vida universitaria y en las fiestas a nivel general, por tanto están de algún modo legitimados socialmente. En segundo lugar, gracias a la comunicación digital y a las redes sociales como Tik Tok, Youtube o Instagram se normalizan y visibilizan mucho más usos recreativos y terapéuticos (Aceites, CBD o “microdosificación”), lo que difumina la ya borrosa línea entre el ocio y el autocuidado.

Obviamente esto no es así para todos, existen muchos matices, por ejemplo la edad, el sexo o el entorno familiar son sumamente importantes. Hay que tener en cuenta que la normalización debe venir acompañada de prevención sin prejuicios morales (Programas de reducción de riesgos, vías de administración y de visibilizar señales de alarma). En definitiva, toca pasar de la dicotomía “pro/anti” a conversaciones que de verdad aportan: datos, derechos y salud en la misma mesa, y profesionales capaces de acompañar decisiones informadas.
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