Cambiar el estigma en torno al cannabis: ¿Es posible?
- Álvaro Ramos Gómez

- 20 jul
- 3 Min. de lectura
Durante el último siglo, el cannabis acumuló una serie de creencias negativas en sus raíces que moldearon todas las políticas públicas, prácticas judiciales, percepciones sociales e investigaciones que se realizaron en torno a la planta posteriormente. Se asoció a actividades delictivas, entornos marginales e incluso a movimientos antisistema a través de campañas sistemáticas de propaganda en contra la planta, que en muchas ocasiones estaban más motivadas por intereses ideológicos y económicos que por la propia evidencia científica o bienestar ciudadano. A día de hoy vivimos una realidad completamente distinta, a nivel global se empieza a oler el aroma afrutado del cambio hacia un mundo más verde, todo gracias a todas aquellas personas que luchan por demoler el relato injusto que justifica la persecución de usuarios y cultivadores. En este artículo trataré de evidenciar cómo el estigma se va erosionando y por supuesto, anunciar quién van a ser los más beneficiados con este cambio.


Todos hemos presenciado cómo el debate contemporáneo sobre el cannabis ha dado un giro sustancial en la última década de la mano de la legalización en países como Canadá, Uruguay y Alemania, donde se han optado por modelos de regulación que reconocen tanto los usos medicinales como recreativos del cannabis. Incluso en regiones tradicionalmente conservadoras en varios estados de EE. UU., la legalización ha avanzado gracias a un apoyo creciente de la ciudadanía. El discurso se ha desplazado: de la criminalización a la salud pública, del castigo al acompañamiento.
En el ámbito hispanoamericano, el cambio es más lento, aunque no inexistente. Argentina, México y Colombia han abierto la puerta a legislaciones sobre el uso terapéutico del cannabis, y crecen las cooperativas de cultivadores que exigen marcos legales que les permitan operar sin el miedo constante a la judicialización. No obstante, el estigma sigue siendo una barrera dura de derribar. A nivel mediático, por ejemplo, no es raro encontrar notas que aún utilizan un tono alarmista ante el consumo, perpetuando la imagen del consumidor como una figura marginal o peligrosa.
Las causas del estigma son complejas. En parte, derivan de la política prohibicionista impulsada a nivel internacional desde mediados del siglo XX, que equipara drogas muy distintas bajo un mismo nivel de peligrosidad. Pero también influyen factores culturales y raciales: en muchos países, el cannabis fue utilizado como pretexto para reprimir a comunidades pobres o racializadas. Así, el estigma no es solo un problema de percepción: tiene consecuencias materiales, desde detenciones arbitrarias hasta la exclusión laboral o educativa.
Frente a esto, emergen nuevas narrativas. Organizaciones de usuarios, médicos, abogados y activistas han contribuido a desmontar mitos, apelando a la evidencia científica y a los derechos humanos. También hay un componente económico que impulsa el cambio: la industria del cannabis medicinal y recreativo genera millones de dólares anuales, y cada vez más gobiernos se interesan en regular para captar impuestos y reducir sustancialmente el mercado ilegal.
Sin embargo, el riesgo está en que la legalización avance sin justicia reparadora. ¿Qué pasa con las personas presas por delitos menores vinculados al cannabis? ¿Quiénes acceden a las licencias de cultivo o distribución? Si el cambio se da sólo en lo económico y no en lo social, corremos el riesgo de reemplazar un estigma por una desigualdad aún más sofisticada.

Un estigma al que no se le hace frente con educación y medidas, se transforma pero no desaparece. Y si bien el discurso público comienza a reconocer los usos legítimos del cannabis, todavía falta un camino largo para que la sociedad abandone los prejuicios que, por tanto tiempo, han marcado a fuego a quienes consumen o cultivan esta planta.













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